martes, 7 de enero de 2020

Remeros, tripulantes y pasajeros.




A mediados del siglo XVI, los turcos introducen en sus galeras una innovación que permitió abaratar, simplificar y hacer más eficiente la navegación a remo: en lugar de que cada galeote manejara el suyo propio, se empezaron a usar remos más grandes, cada uno de los cuales era manejado por tres hombres, que se sentaban en un mismo banco. Eso permitió usar un único tipo de remo por galera, en vez de remos de distintas longitudes, y permitió emplear también como galeotes a prisioneros sin experiencia: bastaba con que fuera experimentado el remero principal de cada banco, el que agarraba el remo por su extremo; los otros dos galeotes solo necesitaban seguir su ritmo.

Al remero principal de cada banco se le denominaba *bogavante*; el conjunto de los galeotes se llamaba *chusma*.

A diferencia de lo que sucedía en tiempos de Grecia y Roma, donde los remeros solían ser hombres libres, los galeotes empleados por las principales potencias navales en el siglo XVI (como España, Francia y el Imperio Otomano) eran mano de obra esclava. Por regla general, solía tratarse de prisioneros capturados al enemigo o de delincuentes condenados a galeras por una serie de años o de por vida. La condena a galeras era una de las más duras que podían imaginarse en la época, una especie de pena de trabajos forzados en condiciones terribles.

Uno tendería a pensar que la mano de obra esclava haría menos eficiente la navegación que la utilización de hombres libres en los remos. Pero, sin embargo, ocurría todo lo contrario: en caso de naufragio, los hombres libres pueden tratar de escapar arrojándose al mar; los galeotes, sin embargo, estaban amarrados a su banco, esclavos de su remo, de modo que no tenían forma de huir en caso de que el barco se fuera a pique. Y eso hacía que remaran con la máxima fuerza y precisión en cada batalla, porque su propia vida dependía literalmente de la victoria. Es la paradoja del galeote, forzado a ser el más eficiente servidor de aquel que le esclaviza.

Aquí en España, Pedro Sánchez continúa adelante con sus planes de gobernar apoyado en un partido de golpistas como Esquerra Republicana de Cataluña. Y lejos de provocar una rebelión interna en el Partido Socialista, lo más que hemos visto ha sido a algunos barones socialistas rezongar un poquito, para al final terminar haciendo declaraciones públicas de amor a su líder Pedro Sánchez y manifestando su completa seguridad en que los pactos con los golpistas serán lo más maravilloso que le pueda pasar al PSOE.

Pedro Sánchez empuña el timón con mano firme, dirigiendo la nave socialista hacia el precipicio. Y en cada estructura territorial del partido, los altos cargos reman con todas sus fuerzas, dirigidos por sus respectivos bogavantes, es decir, sus barones.

Por supuesto que esos bogavantes, y la chusma toda, se cuestionan lo que hace Pedro Sánchez, pero son prisioneros de la paradoja del galeote: carecen de fuerza para una rebelión y están encadenados a su banco, por lo que reman con todas sus fuerzas para evitar que la nave se hunda. Porque en caso de que se hunda, ninguno de ellos tiene forma de escapar de su destino.

¿De qué vivirían o a qué se dedicarían un Emiliano García Page, una Susana Díaz, un Guillermo Fernández Vara o un Javier Lambán si el PSOE desaparece? Pues eso: continuarán como buenos bogavantes marcando el ritmo de sus remeros y cruzarán los dedos para que la nave no se estrelle contra los arrecifes de la investidura.

Y rezongarán en voz alta y maldecirán para sus adentros, pero remarán con todas sus fuerzas, tratando de conservar la esperanza en que algún golpe de fortuna acabe con el actual timonel socialista y les permita ser de nuevo hombres libres.

Pero la fortuna, queridos bogavantes, es esquiva y no suele otorgar sus favores a quienes no la persiguen y la merecen. Y vosotros no creo que la merezcáis.

Buena singladura, bogavantes. Seréis pasto de los tiburones. Tratad al menos de morir con gloria, ya que no podréis hacerlo con honor.

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