lunes, 30 de julio de 2018

La crisis de la luna llena.


El Gobierno «bonito» tiene en el Estrecho una crisis muy fea, porque la política de escaparate no sirve en la frontera
Sí, hay una crisis migratoria, señor presidente; y sí, hay un conflicto grave en la frontera, señor ministro del Interior. Y deberían empezar a aceptarlo cuanto antes porque el problema va a ir a mayores y la responsabilidad será de ustedes dos. Porque el efecto llamada se ha desatado y no por culpa del Aquarius, que fue una decisión humanitaria irreprochable, sino del imprudente discurso que la acompañó. El discurso de las concertinas retiradas y de la nueva sensibilidad ante la inmigración. El frívolo discurso de escaparate que para contrastar con la xenofobia italiana enviaba señales inequívocas a las mafias negreras y creaba en el Estrecho un escenario de altísima presión.
Ahí abajo existe ahora un colapso serio. Los servicios de acogida están desbordados, sin medios, y las fuerzas de seguridad desalentadas, impotentes y muy cabreadas tras haber sido agredidas en un asalto violento. Lo del jueves en Ceuta no fue un barco abandonado a su suerte en mar abierto, sino un conato de invasión por la fuerza de un territorio europeo. A los guardias civiles les tiraron ácido y cal y mientras en el hospital atendían a un buen número de ellos, los agresores celebraban por las calles su éxito. Toda España lo ha visto en la tele; no eran mujeres embarazadas ni niños hambrientos, sino jóvenes sanos provistos de objetos contundentes y armamento casero. Han cometido un delito flagrante que a cualquier español le acarrearía un proceso, y se les veía contentos: estaban en un país que en vez de castigarlos los va a recibir con generosidad y les va a conceder beneficios sociales y otros derechos.
Si se trata de excitar instintos xenófobos en ciudadanos que no los albergan, para luego esforzarse en combatirlos, es un buen camino. Resulta difícil no indignarse ante un ejercicio de apocamiento gubernamental tan transparente, tan nítido. El ministro Marlaska tuvo incluso que justificarse porque los agentes devolvieron a Marruecos por las bravas a unos pocos participantes en el allanamiento masivo. Ni una palabra, ni suya ni de Sánchez, de apoyo a los servidores del Estado heridos; el silencio como única respuesta a la evidencia de una terca realidad que desmonta el buenismo. Bueno, no la única; ayer mismo, el Consejo aprobó restablecer la sanidad universal que el anterior Gabinete había restringido. Y las pateras siguen llegando, favorecidas por la luna llena y el oleaje tranquilo; al otro lado de las vallas hay hacinadas 50.000 personas sostenidas por la ilusión de alcanzar la tierra que los traficantes les han prometido.
Sí, señor presidente, señor ministro: es una emergencia. No es la primera ni será la última porque gobernar consiste en enfrentarse a contratiempos, no en dibujar quimeras. Porque el privilegio del poder conlleva la obligación de solucionar problemas. Y porque hasta los Gobiernos «bonitos» han de lidiar con situaciones feas.