viernes, 22 de julio de 2016

Mi milicia.

Hallábame yo a la sazón haciendo el campamento, como todos sabéis previo al destino que el destino le prepararía a cada cual, mal acostumbrándome a aquella recién estrenada vida militar, que no terminaba de gustarme nada.
El lugar era inhóspito, precioso pero inhóspito en "Móstoles", a varios kilómetros de Madrid, en pleno mes de enero de 1.970,  tengo entendido que estuvo hábil hasta que 1975  lo cerraron.
Cuando hacíamos formación de recuento, creo recordar que varias veces al día, el oficial nombraba por apellidos a los reclutas, todos debíamos responder "presente", salvo uno, el último, que respondía impertérrito "prezente y palomero".
Era un muchacho regordete, con una sonrisa limpia, un dignísimo integrante del agro andaluz, que poco le importaban nuestras risas y chanzas.   
Finalmente descubrí, que mientras los demás sudábamos tinta china, él vivía acomodadamente cuidando un bonito palomar que presidía el centro de las instalaciones, y que eran la devoción del Coronel del Regimiento.
Nunca olvidaré a aquel muchacho, él vivía feliz realizando un trabajo que le encantaba, y nosotros reíamos pero vivíamos amargados por mor de la vida cuartelera.

Posteriormente a lo largo de la vida, he ido conociendo algún que otro "palomero", en sentido figurado quiero decir, que se ríe de los que ríen, y que siguen su camino sin que el ruido exterior les aparte lo más mínimo de su camino.