miércoles, 5 de mayo de 2010

Grave decadencia de los políticos españoles

No hay sensación más ingrata para los ciudadanos en general y para los empresarios en particular que la de advertir que la clase política no percibe la gravedad de los problemas que nos aquejan ni el carácter excepcionalmente negativo de la coyuntura
En concreto, resulta descorazonador comprobar cómo la bajada del rating de la deuda española por Standard & Poors ha sido interpretada como un simple contratiempo que, además de injusto, apenas si alcanza una significación política en términos de prestigio.

Quienes estamos en el día a día de la economía, padeciendo la adversidad, constatando la dificultad de acceder al crédito, comprobando, en fin, la caída de la demanda y de las fuentes de financiación, sabemos perfectamente que este descenso de la calificación que merece el Reino de España representa créditos más caros y todavía más escasos.

Además, mientras se agrava nuestra posición, los líderes políticos se dispersan por los cerros de Úbeda como si viviéramos en el mejor de los mundos. En Cataluña, Gobierno y oposición conspiran para derribar al Tribunal Constitucional para que no llegue a la conclusión de que el Estatuto es parcialmente inconstitucional; dos centenares de alcaldes del PP se han manifestado para exigir más financiación, como si la escasez fuera fruto de mala voluntad; y los ilustres senadores, políglotas algunos de ellos, nos asombran con su pretensión de que el Senado instale un carísimo servicio de traducción simultánea?.

La decadente superestructura política española está fallando, no se halla a la altura de los graves retos del presente y no entiende la grave amenaza de futuro que nos ronda. Quizá fuera conveniente que nuestros políticos sintieran en la nuca el aliento explícito de la grave indignación que muchos sentimos ante estas evidencias que son fruto de la dejación y de la incapacidad.

El Balta.

Es preciso reconocerle a Baltasar Garzón el éxito de haber aparecido, una vez más, en el New York Times y en otros notables medios internacionales, pero el mensaje que el juez y sus hooligans han conseguido colar allí es tan negativo respecto a los españoles que resulta siniestro.

En efecto, este desgraciado asunto ha sembrado la idea de que en treinta años de democracia los españoles hemos sido incapaces de lidiar con el pasado, que la Transición fue una bajada de pantalones, que la Guerra Civil es un tema tabú y que buena parte de la derecha sigue siendo franquista. Un hatajo de mentiras.

La Ley de Amnistía (Ley 46/1977), contra la cual estos hooligans han puesto un especial empeño negando su vigencia, pues “los crímenes de guerra y los de lesa humanidad son imprescriptibles y por ello ninguna ley ‘de punto final’ es válida”. Pura propaganda.

El único texto vinculante en materia de crímenes contra la Humanidad está en el convenio que se elaboró y aprobó en el seno de la Asamblea General de Naciones Unidas (Resolución 2391 –XXIII- de 26 de noviembre de 1968), que no contiene codificación alguna de normas de Derecho Internacional. Es un Tratado-ley que sólo obliga a los Estados ratificantes, que han sido apenas una cincuentena, entre los que no está España… ni Estados Unidos, ni países importantes de la Unión Europea. Por lo tanto, la ley española de amnistía no se opuso a ninguna otra norma de origen internacional que la contradijese.

Por otro lado, el Tratado por el que se instituyó el Estatuto de la Corte Penal Internacional establece - en su artículo 11- que esa Corte sólo tendrá competencia respecto de crímenes cometidos después de su entrada en vigor, lo cual deja fuera los crímenes del franquismo y también, por cierto, aquéllos que pudieran haber cometido las autoridades republicanas.

Ahora va a resultar que la reconciliación nacional- defendida por la izquierda en vida de Franco y puesta en práctica por todos en el periodo constituyente- sólo era una cobardía.