martes, 22 de marzo de 2016

Pedro Sánchez, la historia de un ambicioso.


La fallida investidura le ha afectado, pero sigue dispuesto a lograr su propósito. Ni Alexis Tsipras ni Antonio Costa han podido hacer algo por él. Ha pedido árnica a los primeros ministros de Grecia y Portugal (al primero le reclamó el jueves que ejerciera de trotaconventos con Pablo Iglesias) pese a que los números no le alcanzan. Tan cortos fueron, que la lista que él encabezaba en Madrid se quedó en el cuarto puesto tras PP, Podemos y Ciudadanos. Así es Pedro Sánchez (Madrid, 1972), acostumbrado a que la suerte le acompañe; a las carambolas políticas. Amigos y enemigos (todos dirigentes del PSOE) le describen para ABC como un político ambicioso. Los primeros se ciñen a la acepción menos negativa del término; sus adversarios domésticos, sin embargo, aseguran que tras su apostura y su sonrisa hay una sola idea: conseguir lo que se proponga caiga quien caiga.

El último mes está siendo duro para sus colaboradores más directos. Su fracasada investidura de primeros de marzo y la crisis de sus deseados socios de Podemos, con el triunfo de las tesis menos favorables al PSOE, le tienen «descolocado e irascible». Tampoco ayudan el portazo del dirigente heleno y su discutible visita al presidente catalán, Carles Puigdemont, la misma semana en que su vicepresidente viene a Madrid a pedir dinero mientras torpedea a la Hacienda española. Aunque intenta maquillar su desazón con una perenne sonrisa, hasta sus más estrechos colaboradores reconocen su malestar. En Ferraz sigue sin contar con más apoyos que su guardia pretoriana (César Luena, Antonio Hernando, Meritxel Batet y Óscar López) y se sabe observado con ojo de buen cubero por referentes socialistas como Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, Susana Díaz o Guillermo Fernández Vara.