Tengo un amigo de la infancia, cirujano de toda la vida de "partes bajas", tanto de ellos como de ellas, que me dijo una vez que "el mundo de ELLOS se divide en dos grupos: uno, el de los que han sido operados de próstata; y el otro de los que serán operados de próstata". Y que esa regla admitía sólo dos excepciones: una ínfima cantidad de afortunados que consiguen ir tirando razonablemente bien durante toda su vida, siendo esta larga, y otra, menos afortunada, de aquellos que no alcanzan a vivir el momento en que les tocaría operarse.
Salvando posibles
simplificaciones (y humor negro del que suele gustar a los matasanos) en esa
afirmación, de lo que no hay duda es de que la prevalencia de los problemas
prostáticos en "los jóvenes" de nuestras quintas es muy alta, y
por ello, en la seguridad de que en este grupo habrá más de uno afectado,
me animo a compartir las novedades (para mí al menos lo han sido) en soluciones
al efecto, que me pasa un amigo y compañero telefónico recién operado y muy
bien informado. Novedades, digo, más allá de las más antiguas y conocidas (por
mi parte al menos, insisto) de la agresiva cirugía tradicional y la menos
antigua y algo mejor del láser, las cuales tenían ambas importantes secuelas
posteriores (en la micción y en la función sexual) en buen número de
pacientes, no todos, operados con ellas.
Las novedades a que me refiero
son dos tratamientos robóticos mínimamente invasivos, uno basado en
"tallar" la próstata mediante chorro de agua a presión y otro
mediante quemado parcial limitado con vapor de agua. Ambos mejoran ampliamente
las dificultades para orinar y reducen drásticamente tanto el riesgo de
incontinencia y los efectos negativos sobre la función sexual (esterilidad y
disfunción eréctil) tras la intervención.
Desafortunadamente son
tratamientos caros, a día de hoy inexistentes en la sanidad pública.

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