jueves, 21 de noviembre de 2019

Todos contra Vox


Para la progresía y lo que no es la progresía, para las radios y las televisiones, para los tertulianos y los conductores de informativos, hay un nuevo deporte nacional: insultar a Vox. Primera regla imprescindible de este deporte: no se puede decir «Vox» a secas, como decimos PP, PSOE o Podemos. Hay que remarcar cada vez que se cita que nos estamos refiriendo, naturalmente, al «partido ultraderechista Vox». Bildu no es «el partido ultraizquierdista proetarra», ni Podemos «el partido populista neocomunista», no. Todas las calificaciones despectivas o simplemente definitorias han de ser obviadas, según las reglas de este deporte nacional, excepto para la estigmatización de Vox.

¿Saben a qué me recuerda este linchamiento? Pues a la dictadura de Franco, en la que se demonizaba a los comunistas, de forma que creía la gente que poco menos que tenían cuernos y rabo. Ahora pintan con cuernos y rabo, como peligrosísimos diablos, a los dirigentes de Vox. Creen que demonizan a sus dirigentes y a su ideología, pero en realidad están demonizando a 3.640.063 patriotas españoles que se sienten tales con su voto y que no son ni racistas, ni fascistas, ni machistas, ni homófobos, ni xenófobos. De momento, a más de un millón de votantes más de los de Podemos-IU, a los que nadie osa colocarles la etiqueta de populistas o comunistas antes de citar su nombre. Por lo visto es un pecado de lesa progresía sacar la bandera de España, defender la unidad de la Patria, las libertades, la igualdad, afirmar que las autonomías son un despilfarro, cuando no una duplicación innecesaria de administraciones. Todo eso que dice Vox y por lo que lo insultan viene en la Constitución. Pero, claro, conviene según las reglas de ese nuevo deporte nacional poner en duda la constitucionalidad de Vox. Que los golpistas separatistas catalanes se salten la Constitución por su incumplimiento en materia de autodeterminación, golpismo, sedición y por el desprecio continuo a la soberanía nacional no debe ser calificado de ninguna forma. Al separatista Torra que no condena la violencia independentista hay que citarlo, en todo caso, como «el molt honorable», igual que el que con sus siete niños se llevaba el dinero a espuertas a Andorra y decía, encima, que España era la que le robaba, y no le cantaban aquello que decíamos los chiquillos del Arenal: «Ese que va ahí / ha robao un queso, / y lleva toa la pringue / en el pescuezo». Vox, que yo sepa, no ha robado ningún queso, ni ha metido la mano en el cajón de los caudales públicos, ni pagado prostitutas con el dinero de los parados, ni se ha llevado la tela a Andorra o a los paraísos fiscales. A pesar de eso, está no en los paraísos, sino en el infierno de la descalificación. ¡Cuidado que atreverse a sacar 52 diputados, mucho más que el doble de las elecciones de abril! ¿A quién se le ocurre tamaña provocación?

Y luego hablan de la igualdad. Para Vox no hay igualdad que valga en algo tan elemental como en la forma de ser mentada y respetada en los medios informativos. Y nada digo de los tertulianos y columnistas que se han especializado en levantar un cordón sanitario en torno a Vox, para que no den más por saco con la bandera de España contra el separatismo independentista de los golpistas catalanes, o contra las denuncias falsas de las feministas profesionales que están fijas en plantilla. Para Vox, leña al mono. Para sus votantes, ni el menor respeto. Aquí nadie alza la voz porque con un pasado de asesinatos y con sus 5 diputados, Bildu haya conseguido grupo parlamentario propio. A nadie le escuchará usted decir ni escribir «el partido anticonstitucional y proetarra Bildu». Eso queda para Vox. Lo tienen más que merecido. ¿A quién se le ocurre sacar 52 diputados y 3.640.063 votos? Son la ultraderecha, ¡claro que son la ultraderecha! Un peligro. En cambio, la CUP o ERC, una bendición de Dios. Gloria bendita. ¿No te digo lo que hay?

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