jueves, 20 de marzo de 2014

¿Incomunicados?


Imaginen esta escena. Varios adolescentes o jóvenes reunidos esgrimiendo cada uno un teléfono móvil. Hablan, pero lo imprescindible. Teclean, como posesos, mensajes apocopados e intrascendentes por wasap.
Nunca se ha comunicado tanto, pero, eso sí, con intermediación electrónica. Su lenguaje se hace más lacónico, más concentrado, quizá más intrascendente.
Estos jóvenes alevines del progreso casi no saben quién era Gutemberg. Sus dedos cada vez están  menos familiarizados con el tacto suave del papel, con la sutil urdimbre de su textura. Muchos casi han olvidado el olor agradable del papel impreso porque del móvil pasan a la tableta.
Dentro de muy poco se extinguirán también los libros de texto, se cerrarán librerías y muchas bibliotecas languidecerán hasta su patética clausura.
Para no saturar las redes se establecerá, por ley y de forma inflexible, una comunicación máxima de 140 caracteres.

Los infractores serán perseguidos con saña por la Policía del pensamiento. Serán proscritos discursos, conferencias, opúsculos, panfletos, periódicos y libros, y la literaria distopía de Ray Bradbury en  Fahrenheit 451, desgraciadamente, se hará una hiriente realidad no deseada.

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