Ahora ha sido Alfredo Sáez, consejero delegado del Santander, quien se ha beneficiado de la lotería del capitalismo radical. Ochenta millones de euros de pensión; trece mil doscientos ochenta millones de las antiguas pesetas. ¿Es lícito que un trabajador por cuenta ajena, que ha manejado, probablemente a plena satisfacción del consejo de administración, los asuntos de un grupo bancario, reciba una gratificación de esta naturaleza al final de una vida laborar en la que ha ganado varios millones de euros cada año? Y esto sucede con un Gobierno socialista en La Moncloa.
La crisis financiera promovida por el sector bancario internacional ha sido la causante directa de las catástrofes económicas que se han cernido sobre los ciudadanos. El paro es la manifestación más lacerante, pero no la única. Los inmensos beneficios de la banca en los últimos quince años se ha soportado sobre la especulación inmobiliaria y sobre la necesidad creada de que todo español se embarcara en una hipoteca con el señuelo de la revalorización permanente. Ahora muchos miles de españoles están perdiendo sus casas y esa circunstancia ni siquiera anula la deuda de una propiedad devaluada que no cubre los compromisos suscritos. Los suelos de las hipotecas hacen el resto y el cerrojazo al crédito completa la función.
Si lo que se pide es sacrificio, el ejemplo de Alfredo Sáez, José Ignacio Gorigoizarri (jubilado como consejero delegado de BBVA con 55 años y 5o millones de euros) y las retribuciones mayores todavía que se adjudica Francisco González, presidente de BBVA, no invitan a participar en una ceremonia de austeridad que choca con estos despropósitos.
El neoliberalismo ha impuesto algunos credos de difícil discusión. El primero, que el sector privado no tiene que dar cuentas de la forma en que retribuye a sus directivos y que, en consecuencia, los abanicos salariales abismales deben ser aceptados por el conjunto de los trabajadores sin rechistar porque los empresarios hacen lo que quieren con su dinero. Hay varias objeciones. Primera, quienes así proceden no son los propietarios de las empresas que son grandes sociedades anónimas sin un control verdadero de la junta de accionistas que está diseminada y controlada por un núcleo duro que administra un poder no respaldado en la propiedad sino en la gestión. En el caso de BBVA todavía es más sangrante puesto que el origen del poder de Francisco González fue la designación de José María Aznar como presidente de una empresa pública, Argentaria, que después sería privatizada y en un proceso de fusiones succionaría al Banco de Bilbao que ya se había fusionado con el Banco de Vizcaya.
En todo caso, la ejemplaridad y la ética han desparecido de los planteamientos empresariales en este capitalismo globalizado en que se hacen súper millonarios quienes dirigen las empresas mientras predican austeridad salarial, reducciones de plantilla, revisiones de las condiciones laborales y extensión de la edad de jubilación.
No hay rebeldía contra estos abusos en una sociedad anestesiada en la que la socialdemocracia está perdida en los bosques de su obsesión por ocupar y conservar un poder que está perdiendo en toda Europa por su incapacidad para crear un proyecto redistributivo que acabe con estas obscenidades, entre otras cosas.
Zapatero sabrá porque su dialéctica recurrente contra los poderosos, que es como los ojos del Guadiana, jamás se concreta en acciones fiscales o de control para que estos ejecutivos privilegiados puedan constituirse en ciudadanos de otras galaxias económicas ante la mirada pasiva de cuatro millones seiscientos mil parados y la complicidad del Gobierno.
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