El Gobierno «bonito» tiene en el Estrecho una crisis muy fea,
porque la política de escaparate no sirve en la frontera
Sí, hay una crisis migratoria, señor presidente; y sí, hay un
conflicto grave en la frontera, señor ministro del Interior. Y deberían empezar
a aceptarlo cuanto antes porque el problema va a ir a mayores y la
responsabilidad será de ustedes dos. Porque el efecto llamada se ha desatado y
no por culpa del Aquarius, que fue una decisión humanitaria irreprochable, sino
del imprudente discurso que la acompañó. El discurso de las concertinas
retiradas y de la nueva sensibilidad ante la inmigración. El frívolo discurso
de escaparate que para contrastar con la xenofobia italiana enviaba señales
inequívocas a las mafias negreras y creaba en el Estrecho un escenario de
altísima presión.
Ahí abajo existe ahora un colapso serio. Los servicios de
acogida están desbordados, sin medios, y las fuerzas de seguridad desalentadas,
impotentes y muy cabreadas tras haber sido agredidas en un asalto violento. Lo
del jueves en Ceuta no fue un barco abandonado a su suerte en mar abierto, sino
un conato de invasión por la fuerza de un territorio europeo. A los guardias
civiles les tiraron ácido y cal y mientras en el hospital atendían a un buen
número de ellos, los agresores celebraban por las calles su éxito. Toda España
lo ha visto en la tele; no eran mujeres embarazadas ni niños hambrientos, sino
jóvenes sanos provistos de objetos contundentes y armamento casero. Han
cometido un delito flagrante que a cualquier español le acarrearía un proceso,
y se les veía contentos: estaban en un país que en vez de castigarlos los va a
recibir con generosidad y les va a conceder beneficios sociales y otros
derechos.
Si se trata de excitar instintos xenófobos en ciudadanos que
no los albergan, para luego esforzarse en combatirlos, es un buen camino.
Resulta difícil no indignarse ante un ejercicio de apocamiento gubernamental
tan transparente, tan nítido. El ministro Marlaska tuvo incluso que
justificarse porque los agentes devolvieron a Marruecos por las bravas a unos
pocos participantes en el allanamiento masivo. Ni una palabra, ni suya ni de
Sánchez, de apoyo a los servidores del Estado heridos; el silencio como única
respuesta a la evidencia de una terca realidad que desmonta el buenismo. Bueno,
no la única; ayer mismo, el Consejo aprobó restablecer la sanidad universal que
el anterior Gabinete había restringido. Y las pateras siguen llegando,
favorecidas por la luna llena y el oleaje tranquilo; al otro lado de las vallas
hay hacinadas 50.000 personas sostenidas por la ilusión de alcanzar la tierra
que los traficantes les han prometido.
Sí, señor presidente, señor ministro: es una emergencia. No es
la primera ni será la última porque gobernar consiste en enfrentarse a
contratiempos, no en dibujar quimeras. Porque el privilegio del poder conlleva
la obligación de solucionar problemas. Y porque hasta los Gobiernos «bonitos»
han de lidiar con situaciones feas.