Hallábame yo a la sazón haciendo el campamento, como todos
sabéis previo al destino que el destino le prepararía a cada cual, mal
acostumbrándome a aquella recién estrenada vida militar, que no terminaba de
gustarme nada.
El lugar era inhóspito, precioso pero inhóspito en "Móstoles",
a varios kilómetros de Madrid, en pleno mes de enero de 1.970, tengo entendido que estuvo hábil hasta que
1975 lo cerraron.
Cuando hacíamos formación de recuento, creo recordar que
varias veces al día, el oficial nombraba por apellidos a los reclutas, todos
debíamos responder "presente", salvo uno, el último, que respondía
impertérrito "prezente y palomero".
Era un muchacho regordete, con una sonrisa limpia, un
dignísimo integrante del agro andaluz, que poco le importaban nuestras risas y
chanzas.
Finalmente descubrí, que mientras los demás sudábamos tinta
china, él vivía acomodadamente cuidando un bonito palomar que presidía el
centro de las instalaciones, y que eran la devoción del Coronel del Regimiento.
Nunca olvidaré a aquel muchacho, él vivía feliz realizando
un trabajo que le encantaba, y nosotros reíamos pero vivíamos amargados por mor
de la vida cuartelera.
Posteriormente a lo largo de la vida, he ido conociendo
algún que otro "palomero", en sentido figurado quiero decir, que se
ríe de los que ríen, y que siguen su camino sin que el ruido exterior les
aparte lo más mínimo de su camino.