Solo hacía falta ver ayer la cara de descomposición de Albert
Rivera en el Congreso, y el lamento a la desesperada que me hacía un diputado
de Ciudadanos en el pasillo del Congreso: “¿Pero, por qué no dimitió Rajoy?”,
para darse cuenta del gravísimo error estratégico que ha cometido el líder de
Ciudadanos en esta crisis política que ha vivido España.
Quien hace tan solo una semana acariciaba con sus manos la
mayoría en las encuestas, en dos días, ha quedado totalmente descolocado en el
tablero político y condenado a una posición marginal, solo por una razón:
querer apuntarse la medalla de haber obligado a dimitir a Mariano Rajoy y
echarlo de la Moncloa por la puerta de atrás.
Pero ese empeño era para hombres más curtidos en las batallas
políticas, que actúan con prudencia frente a un ya expresidente, que se la
sabía todas. No iba a arrojar su cabeza a los pies de Rivera, como el trofeo a
exhibir en los próximos años, para intentar desbancar al PP como primera fuerza
del centro derecha español. Se iba a mantener firme hasta el final.
¿Cuál ha sido el error de Rivera en el que hoy coinciden la
mayoría de los analistas políticas?, pues en la ya famosa frase, tras conocer
la sentencia de la Gürtel: “La legislatura está liquidada” y pedir
automáticamente unas elecciones anticipadas porque, evidentemente, le
favorecían a él.
Esta frase provocó el pánico en el PNV, que veía cómo se
podían evaporar los 540 millones de euros que arañó a Rajoy para apoyar sus
presupuestos y sentía en el cogote la amenaza de una victoria de Rivera en las
elecciones, el enemigo del “cupo vasco”, que tanto beneficia al nacionalismo
vasco.
La frase de Rivera también le valió de resorte a Pedro Sánchez
para adelantarse rápidamente y registrar la moción de censura, quizás sabiendo
ya que el PNV la iba a apoyar, para proteger sus privilegios. En ese mismo
instante, Rivera la había palmado.
Su última baza ya solo era la dimisión de Rajoy, el trofeo a
cazar, la bandera electoral que le servía para recorrer España en una campaña
que, en ese momento, le beneficiaba. Pero Rajoy, astuto político curtido en mil
batallas, decidió resistir como último servicio al Partido Popular y al centro
derecha español.
Nadie le garantizaba que, si dimitía, el PNV, que ya le había
traicionado, iba a respaldar al nuevo candidato popular. La misma mayoría que
iba a apoyar la moción de censura de Sánchez podía tumbar a este candidato.
Entregar dos cabezas en 24 horas era ya demasiado. La dignidad del Partido
Popular no se merecía ese bochorno.
Y resistió, y su estrategia, si el Partido Popular realizada
una renovación serena, sin enfrentamientos internos, puede beneficiarle, y de
qué manera, en el plazo de los dos años que restan para las elecciones.
La voz de la oposición, dura y descarnada, en el Congreso será
la del Partido Popular con sus 137 diputados, y no la de Rivera con 32.
Ciudadanos tendrá que mojarse en todos los temas, sobre todo en los de carácter
social: eutanasia, aborto, muerte digna, Ley LGTBI, relaciones Iglesia-Estado,
educación concertada, en los que ha tenido una oposición muy alejada de los
principios del centro derecha, que, hasta ahora, le pensaba votar. Esta
oposición puede empezar a devolver al PP los votos más a la derecha, que habían
empezado a irse.
La aparición de un nuevo líder en el PP y la retirada de Rajoy
ya no es un argumento para no votar al PP, “los mismos de siempre”, a los que
se le relaciona con la corrupción.
Y la figura de Rajoy empieza a emerger como la víctima de la
torpeza de un Rivera, que ha provocado, con su actitud, que la izquierda y los
independentistas lleguen al poder en España.
Todo ello unido a una gestión de Sánchez y los
independentistas que, en un año y medio, puede provocar el pánico en un centro
derecha que, por temor, se reagrupe en torno a un PP nuevo, sin relación con el
pasado de corrupción, que tanto daño le ha hecho.
Como decían ayer muchos diputados de Ciudadanos, entre la
amargura y el shock de ver cómo de un plumazo se han quedado sin sitio en la
política española: “Le hemos entregado al PP un relato real para convencer a
los suyos”.
Esta es la realidad a día de hoy, pero la política, como hemos
visto, en tan solo dos días, puede cambiar totalmente por un error de
estrategia propio, o ajeno.