lunes, 22 de junio de 2020

"Nos estamos jugando la separación de poderes y el Estado de Derecho".


El enfermo sufre en estos momentos un ataque séptico generalizado por un “virus de etiología levógira” (gobierno socialcomunista) que ha invadido el sistema linfático (poder ejecutivo) y está atacando silenciosa y simultáneamente a todos sus principales órganos: la cabeza (Monarquía), la columna vertebral (Estado de Derecho e independencia judicial) y el sistema inmunitario (fuerzas y cuerpos de seguridad), sin olvidar el DEBILITAMIENTO al que desde hace muchos años se viene sometiendo a las defensas más de choque del organismo, es decir, el ejército (se empezó con Felipe González, pese al llamativo y millonario “regalo” del juguete de los F18). Ese debilitamiento es hoy ya  muy evidente a consecuencia de la supresión del servicio militar obligatorio, la “mercenarización” y burocratización, el apartamiento y pase a reserva de los mandos militares más profesionales y de carrera, los recortes presupuestarios, la “oenegeización” a escala internacional y la conversión en “bomberos cualificados” de la UME como unidad estrella (de creación socialista, por supuesto) en la escala nacional.

Y, como el coronavirus, este “levovirus” está canalizando ese ataque mediante el control (a base de mayorías forzadas) y el bloqueo (estado de alarma ahora y otras triquiñuelas anteriores y simultáneas como los “cordones sanitarios” o las “medidas” acompañantes de las del virus) del sistema respiratorio, que no es otro que el poder legislativo, Congreso y Senado.

Sólo el corazón del sistema (la Ley, empezando por la Constitución, y el poder judicial) resiste algo más a la infección en sí (cada vez más débilmente), no sin taquicardias ni impotencias frecuentes ante la avalancha de ataques desde tantos frentes. Pero la sobrecarga enorme a la que lo somete el estado general del resto del sistema lo estresa muy peligrosamente,  y la gran duda es si podrá resistir mucho tiempo sin que salte el pitido de alarma del electro plano.

Ésa es mi visión del enfermo y de la enfermedad, (sistema de partidos o incluso las autonomías) que creo que, como la flora intestinal, son necesarias y son más controlables, aunque haya que aplicar algún antibiótico puntual cuando se produzcan crecimientos desaforados de las colonias que causen  desarreglos digestivos o erupciones cutáneas, pongo por caso. Y con esto, voy ahora al tratamiento del mal principal.

En Medicina se dice que “la cirugía es el fracaso de la Medicina”, algo que debe ser siempre el último recurso. Ante el cuadro clínico que acabo de describir, estoy absolutamente convencido de que “tirar de bisturí”, abrir y cortar AHORA, como tú defiendes, sería un error fatal y el ataque final ya irresistible para las defensas y el corazón del enfermo. En un escenario de sepsis generalizada y de ataque sistémico, si encima perdemos sangre en medio del pánico y la histeria de los médicos, el corazón, último reducto de resistencia con una mínima independencia, COLAPSARÁ  en un tiempo récord. Y con él morirán progresivamente muchos tejidos (instituciones, empresas) y células de a pie (familias y ciudadanos), empezando la putrefacción en forma de malolientes revueltas y revoluciones de gusanos por todo el cuerpo. La medida de choque se habrá convertido así, por su aplicación en un momento inoportuno, en la gran aliada del levovirus.

Ésa es mi visión, y ésa es mi propuesta de tratamiento, me pregunto ¿quién sería el culpable de la putrefacción? (la revolución a sangre y fuego) y hablas de desconfianza entre médicos (¡error!, el enemigo es el virus); yo, aun viendo obvia la respuesta a tu pregunta, sigo prefiriendo centrar el tiro en los tratamientos sensatos específicos para cada órgano y subsistema concreto. No creo que la histeria de los médicos sea la mejor solución, sino todo lo contrario, para salvar al paciente. Estabilicemos a éste en Medicina Interna y, una vez suficientemente recuperado, ya nos ocuparemos de granos de pus y verrugas que nos lleven a una piel lo más perfecta posible (lo que tú llamas “verdadera y auténtica democracia” y que yo, menos maximalista, quizá porque mi espíritu sea ya más viejo que el tuyo, prefiero dejar en una razonablemente buena, mejor que la actual a ser posible, democracia).

La salud absoluta y perfecta, Pedro, es una quimera, sencillamente NO EXISTE. El ideal puro es bueno como estrella polar de referencia, pero el día a día práctico es otra cosa. Como las obras humanas, la salud y la naturaleza son siempre imperfectas y resultado en todo instante del balance de dos procesos simultáneos, de construcción uno y de destrucción otro, de creación y de desaparición, de vida y de muerte. Y esos dos procesos son inseparablemente siameses: si matas uno, matas el otro. Por lo que ser absolutamente perfeccionista conduce sólo e irremediablemente a la imperfección absoluta.

Miremos con optimismo y espíritu positivo esa realidad dual, esa tensión de contrarios vital; y, asumiéndola como premisa, trabajemos para conseguir lo que honradamente creamos mejor para todos, actuales y futuros. Mantengamos la lucha política con todo el vigor, pero sin que deje nunca de ser sólo eso: lucha POLÍTICA. Lo contrario, el maximalismo exacerbado, sólo nos puede llevar a la frustración, a la melancolía y, en último extremo, a la putrefacción que decía antes.