Con 85 de 350 diputados y tras perder dos elecciones, Sánchez
entra en La Moncloa a hombros de los que apoyan el golpe en Cataluña, los
proetarras, los populistas antisistémicos de Podemos y un desleal PNV, socios
todos en la tarea de empeorar España
El definitivo apoyo de los cinco diputados del PNV garantizó
ayer a Pedro Sánchez la mayoría absoluta necesaria para el éxito de la moción
de censura. Si los grupos que hoy intervienen en la segunda sesión del pleno
del Congreso mantienen el sentido de su voto, el secretario general del PSOE
será investido presidente del Gobierno y el PP pasará a la oposición. Se pondrá
fin a un periodo de gobierno iniciado en diciembre de 2011, con una mayoría
absoluta que fue decayendo en 2016-17 a mayorías relativas. Ningún escenario
político obedece a causas únicas. La caída de Rajoy no iba a ser la excepción.
La moción de censura del PSOE ha cabalgado a lomos de errores –serios–
cometidos por el Gobierno y el PP, principalmente en su agenda política, de
comunicación y de lucha contra la corrupción. Pero no hay que confundirse ante
el significado ético y político del acceso de Sánchez a La Moncloa. Aparte del
impagable servicio prestado por la izquierda judicial –preparado y aquilatado
desde hace tiempo–, Sánchez entrará en La Moncloa de la mano de los proetarras
de EH Bildu, quienes ayer mismo, mientras anunciaban su apoyo al candidato
socialista, rendían homenaje al autor del primer asesinato de un guardia civil.
Si grave es la corrupción económica, peor es la corrupción
moral del PSOE que suprime los escrúpulos necesarios para no aceptar nada de
los apologistas del terrorismo. Sánchez también entra en La Moncloa a hombros
de Esquerra Republicana de Cataluña y del PDECat, partidos que quieren romper
España, derogar la Constitución y que han puesto al frente de la Generalitat a
un digno representante del neofascismo xenófobo y racista, avalado desde ayer
por la condescendencia de Pedro Sánchez para con sus diputados. No es
compatible el esfuerzo de la Justicia española –empezando por el Tribunal
Supremo– con este pacto político innegable del PSOE con los separatistas
catalanes. Se abre una nueva etapa para España en la que la izquierda ha
conseguido articular esa mayoría revanchista y revisionista que tanto anheló
Rodríguez Zapatero, a quien Pedro Sánchez puede superar en su balance
frentista. Sánchez llega a La Moncloa para quedarse y para usar el poder con la
misma vocación intervencionista que Zapatero. Nada va a quedar sin ser
alterado: el consenso constitucional, la respuesta frente al separatismo
catalán, el régimen estatutario vasco, la memoria histórica, la estabilidad
financiera, la Justicia y la educación. Este es el programa de gobierno de Pedro
Sánchez, tan lesivo para España que no tuvo la decencia de reconocerlo. Los
peores enemigos de España están esperanzados por lo que puedan rebañar de la
debilidad de Pedro Sánchez, presidente títere de una coalición de partidos
ansiosos por conseguir en La Moncloa lo que no les ha permitido el Estado de
Derecho, la Constitución y la dignidad nacional.
El paso del PP a la oposición no debe traducirse en un enroque
numantino. Está obligado a hacer en la oposición y en menos de un año, la
renovación que pudo haber hecho con tranquilidad y desde el poder, y que no
hizo por un exceso de arrogancia en la valoración de sus propias fortalezas
Ninguno de sus nuevos aliados echa de menos nuevas elecciones
y sólo la pulsión antisistema de alguno de ellos puede provocar el fracaso de
esta mayoría disfuncional amalgamada por el eterno rechazo al PP. También es
una nueva etapa para el PP, cuyo paso a la oposición no debe traducirse en un
enroque numantino ni en una tabla rasa de sus errores pasados. Por el contrario,
este cambio le obliga a hacer en la oposición y en menos de un año, la
renovación que pudo haber hecho con tranquilidad y desde el poder, y que no
hizo por un exceso de arrogancia en la valoración de sus propias fortalezas y
de las debilidades ajenas. La desafección por la iniciativa política y la
confrontación ideológica también ha mermado la envergadura del Gobierno del PP.
Rajoy ha optado por no dimitir porque su dimisión no
garantizaba una nueva investidura de otro candidato del PP. Es cierto, pero tampoco
el PSOE tendría garantizada la investidura de su candidato en un escenario
político que sería distinto y en el que la ausencia de una mayoría suficiente
para la investidura de cualquier candidato acabaría forzando unas nuevas
elecciones, que debería ser el objetivo legítimo para la salida de esta crisis.
La insistencia de Rivera en una dimisión que abriera en una transición pactada
cayó en saco roto. El centro derecha político tiene que reaccionar. Ya basta de
más de lo mismo. No ha servido para nada la renuncia de principios ideológicos
esenciales para ganarse de la izquierda la palmadita en la espalda. Debe
organizarse en torno a proyectos sólidos, sin caer en más personalismos, y
prepararse para la batalla ideológica frente a una coalición que no sabrá
gobernar España, pero sí le hará todo el daño posible.