El enfermo sufre en estos momentos un ataque séptico
generalizado por un “virus de etiología levógira” (gobierno socialcomunista)
que ha invadido el sistema linfático (poder ejecutivo) y está atacando
silenciosa y simultáneamente a todos sus principales órganos: la cabeza
(Monarquía), la columna vertebral (Estado de Derecho e independencia judicial)
y el sistema inmunitario (fuerzas y cuerpos de seguridad), sin olvidar el
DEBILITAMIENTO al que desde hace muchos años se viene sometiendo a las defensas
más de choque del organismo, es decir, el ejército (se empezó con Felipe
González, pese al llamativo y millonario “regalo” del juguete de los F18). Ese
debilitamiento es hoy ya muy evidente a
consecuencia de la supresión del servicio militar obligatorio, la “mercenarización”
y burocratización, el apartamiento y pase a reserva de los mandos militares más
profesionales y de carrera, los recortes presupuestarios, la “oenegeización” a
escala internacional y la conversión en “bomberos cualificados” de la UME como
unidad estrella (de creación socialista, por supuesto) en la escala nacional.
Y, como el coronavirus, este “levovirus” está canalizando ese
ataque mediante el control (a base de mayorías forzadas) y el bloqueo (estado
de alarma ahora y otras triquiñuelas anteriores y simultáneas como los
“cordones sanitarios” o las “medidas” acompañantes de las del virus) del
sistema respiratorio, que no es otro que el poder legislativo, Congreso y
Senado.
Sólo el corazón del sistema (la Ley, empezando por la
Constitución, y el poder judicial) resiste algo más a la infección en sí (cada
vez más débilmente), no sin taquicardias ni impotencias frecuentes ante la
avalancha de ataques desde tantos frentes. Pero la sobrecarga enorme a la que
lo somete el estado general del resto del sistema lo estresa muy
peligrosamente, y la gran duda es si
podrá resistir mucho tiempo sin que salte el pitido de alarma del electro
plano.
Ésa es mi visión del enfermo y de la enfermedad, (sistema de
partidos o incluso las autonomías) que creo que, como la flora intestinal, son
necesarias y son más controlables, aunque haya que aplicar algún antibiótico
puntual cuando se produzcan crecimientos desaforados de las colonias que
causen desarreglos digestivos o erupciones
cutáneas, pongo por caso. Y con esto, voy ahora al tratamiento del mal
principal.
En Medicina se dice que “la cirugía es el fracaso de la
Medicina”, algo que debe ser siempre el último recurso. Ante el cuadro clínico
que acabo de describir, estoy absolutamente convencido de que “tirar de
bisturí”, abrir y cortar AHORA, como tú defiendes, sería un error fatal y el
ataque final ya irresistible para las defensas y el corazón del enfermo. En un
escenario de sepsis generalizada y de ataque sistémico, si encima perdemos
sangre en medio del pánico y la histeria de los médicos, el corazón, último
reducto de resistencia con una mínima independencia, COLAPSARÁ en un tiempo récord. Y con él morirán
progresivamente muchos tejidos (instituciones, empresas) y células de a pie
(familias y ciudadanos), empezando la putrefacción en forma de malolientes
revueltas y revoluciones de gusanos por todo el cuerpo. La medida de choque se
habrá convertido así, por su aplicación en un momento inoportuno, en la gran
aliada del levovirus.
Ésa es mi visión, y ésa es mi propuesta de tratamiento, me
pregunto ¿quién sería el culpable de la putrefacción? (la revolución a sangre y
fuego) y hablas de desconfianza entre médicos (¡error!, el enemigo es el
virus); yo, aun viendo obvia la respuesta a tu pregunta, sigo prefiriendo
centrar el tiro en los tratamientos sensatos específicos para cada órgano y
subsistema concreto. No creo que la histeria de los médicos sea la mejor
solución, sino todo lo contrario, para salvar al paciente. Estabilicemos a éste
en Medicina Interna y, una vez suficientemente recuperado, ya nos ocuparemos de
granos de pus y verrugas que nos lleven a una piel lo más perfecta posible (lo
que tú llamas “verdadera y auténtica democracia” y que yo, menos maximalista,
quizá porque mi espíritu sea ya más viejo que el tuyo, prefiero dejar en una
razonablemente buena, mejor que la actual a ser posible, democracia).
La salud absoluta y perfecta, Pedro, es una quimera,
sencillamente NO EXISTE. El ideal puro es bueno como estrella polar de
referencia, pero el día a día práctico es otra cosa. Como las obras humanas, la
salud y la naturaleza son siempre imperfectas y resultado en todo instante del
balance de dos procesos simultáneos, de construcción uno y de destrucción otro,
de creación y de desaparición, de vida y de muerte. Y esos dos procesos son
inseparablemente siameses: si matas uno, matas el otro. Por lo que ser
absolutamente perfeccionista conduce sólo e irremediablemente a la imperfección
absoluta.
Miremos con optimismo y espíritu positivo esa realidad dual, esa
tensión de contrarios vital; y, asumiéndola como premisa, trabajemos para
conseguir lo que honradamente creamos mejor para todos, actuales y futuros.
Mantengamos la lucha política con todo el vigor, pero sin que deje nunca de ser
sólo eso: lucha POLÍTICA. Lo contrario, el maximalismo exacerbado, sólo nos
puede llevar a la frustración, a la melancolía y, en último extremo, a la
putrefacción que decía antes.
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