viernes, 21 de agosto de 2020

Mala idea que el PP se pelee en su cocina con lo que tiene España encima.

España padece una doble crisis, sanitaria y económica, que por desgracia su Gobierno ha gestionado con una torpeza lesiva (a veces casi inexplicable, como con la decisión de Sánchez de inhibirse cuando comenzó esta segunda ola de la epidemia). Ante unos datos económicos pavorosos y con los contagios desatados, todo el debate público y mediático debería estar centrado en evaluar al Ejecutivo. Pero llevamos quince días hablando del Rey Juan Carlos y ahora ha saltado un segundo asunto: el cayetanazo, las peleas en la cocina del PP.

Hace cinco siglos, el fundador de los jesuitas escribía su Quinta Regla: «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, más estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estabas en el día antecedente a tal desolación». Pero Casado, que estudió con los maristas, no ha seguido el consejo jesuítico. Ha desviado la atención de lo importante con un lío que si se mira con desapego atiende más a un mal rollito interno que a motivos trascendentales (pues el PP será más o menos el mismo con o sin Cayetana y Casado acabará siendo presidente siempre que no cometa graves errores, porque la debacle económica alejará a los votantes de la izquierda y llevará el balón a su bota).

Cayetana es una buena dialéctica, una persona inteligente y preparada y tiene dos ideas claras que el PP debería atender: la necesidad de confrontar a los nacionalismos y que el principal partido de centro-derecha ha de contar con neuronas para promover una alternativa filosófica al progresismo. Pero Cayetana es también una persona altiva, no muy leal a las siglas donde todavía está -tras su plantón a Rajoy alardeaba de que votaba a Rivera- y no empatiza con la mayoría silenciosa de electores (véase su batacazo en las generales de abril de 2019 como cabeza del PP en Cataluña, el partido cayó allí de seis escaños a uno y perdió 264.000 votos). Pero degradarla por celos de machos alfa es una distracción evitable, que beneficia más a Sánchez que a Casado. Lo innecesario es enemigo de lo útil. Y además surgirá una pregunta obvia e insidiosa: si hace un año la promocionaste porque te parecía buenísima, ¿ahora por qué la echas?

 

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