PLANTEAR EL PROBLEMA DE LA MENTIRA preguntando si hay algún
político que no haya mentido nunca -aunque sea un poquito-, es una manera de
esquivar la cuestión. No es lo mismo robar un bolígrafo de un euro que robar
una joya de un millón de euros. Sin embargo, los dos han robado.
El día 3 de agosto de 2018, el presidente okupa, Pedro
Sánchez, se reunió en la Moncloa con el líder de la oposición, Pablo Casado.
Estuvieron hablando varias horas y debatieron, se supone, cuestiones de Estado.
No había pasado ni un día, cuando Sánchez declara a los
periodistas que Casado, el líder de la oposición, es «extremista» y «radical».
La jugada es la siguiente. Casado, por ser de derechas,
extremista y radical, es incapaz de solucionar problemas. Sólo puede
agravarlos. En cambio, yo que soy socialista y por ello, dialogante, tolerante
y con talante, por detrás y por delante, lo arreglaré todo sin estropicios. Lo
peor es que hay gente que traga estas milongas, con la ayuda de las
televisiones de progreso.
Cuando Sánchez acusa a la derecha de crear la confrontación
territorial, no es posible que se lo crea. No puede ser tan tonto. Creer que el
Partido Popular de Rajoy es el responsable de la crispación y enfrentamiento
territorial, supone santificar a los separatistas antiespañoles.
Sánchez no es una especie de Azaña, hombre de acción
política y, a la vez, un destacado intelectual. Nada parecido. Pero tampoco es
tonto. Su sectarismo, no su responsabilidad como jefe de gobierno, le lleva a
demonizar a la derecha. Para ello tiene que calificar a Casado de extremista y
radical. He leído, incluso, algún artículo -de articulista conocido- que
califica a Casado como perteneciente a la «derecha salvaje europea». Hay que
dar miedo. ¡Socorro, que viene la derecha extrema!
Una perversa consecuencia de este sectarismo irresponsable
de Sánchez es que se enrolla con Torra, golpista confeso. Y esto pasa -según
los medios de difusión progresistas- como algo democrático, tolerante y
dialogante. ¡Inaudito!
¿Qué pensar de un presidente de gobierno democrático que
dialoga de tú a tú con unos golpistas, y descalifica al líder de la oposición,
que defiende la vía constitucional?
¿Se acuerdan del no es no a Rajoy?
No pretendo comentar los ERE de Andalucía, la Gürtel y otras
corrupciones de socialistas y populares. Pretendo analizar y valorar el
comportamiento del presidente del Gobierno en la gravísima cuestión del golpe
de Estado catalanista. Pues bien, Sánchez recibe al golpista Torra en la
Moncloa. No se atreve a decir que es «extremista» y «radical». Y Torra, encima,
desprecia al rey Felipe VI, declarándolo persona non grata en Cataluña. Sánchez
calla y ni siquiera critica esta imperdonable grosería.
Esto no es política de apaciguamiento, es rendición. Es
traición a las leyes y a la Constitución. Un presidente que ha jurado, o
prometido, guardar y hacer guardar la Constitución, no puede darse besitos con
los golpistas, descalificar al líder de la oposición y no defender al rey, que
exige respeto a la legalidad democrática.
Pero una sociedad que es capaz de votar ¡por dos veces
seguidas! al presidente más incompetente y sectario (ZP) que hemos tenido desde
1978, es una sociedad -en parte- políticamente inmadura. ¡No se deje engañar
más!
Alguien podría decir. «A este tío le he visto el plumero. Es
votante del PP». Si dijera esto, se equivocaría. No sólo acepto, sino que me
gustaría que la -conveniente- alternancia en el poder se produjera con
socialistas como Javier Fernández, Paco Vázquez, Nicolás Redondo, Joaquín
Leguina, etcétera. Sería bueno para el propio partido socialista y para España.
Pero la cuadrilla de sectarios que ahora nos gobierna -encima, reclamándose
herederos políticos de Zapatero- es una desgracia, tanto para el partido
socialista como para España.
El Partido Popular cometió, en el congreso de 2008 en
Valencia, una grave estupidez. Protagonizada por Rajoy. Dijo que los liberales
y los conservadores se podían marchar del partido. Que él no quería un partido
de doctrinarios. No tengo palabras para descalificar esta actitud de Rajoy, que
ha hecho un enorme daño al PP. Lo vació de ideas. Lo convirtió -expulsando, o
degradando, a quien molestara- en una especie de gestoría administrativa, que
no quería contaminarse con la política. Nunca, en sus muchos años de gobierno,
he oído a Rajoy hablar -o debatir- de cuestiones políticas importantes y
comprometidas. Su niña bonita era la prima de riesgo.
Otro despreciable viraje lo ha protagonizado el PSOE. De ser
socialista, obrero, español, ha pasado a darse abrazos con los separatistas
catalanes y vascos, que quieren romper España. Los catalanistas ya han dado un
golpe de Estado. Los nacionalistas vascos, esperan el momento oportuno. A estos
separatistas antiespañoles mima el socialista Sánchez y los recibe en la
Moncloa. Y los exculpa. Porque la culpa es de la derecha «extremista y
radical». ¡Derecha provocadora!
Dentro de la desgracia que hemos sufrido por este fracasado
bipartidismo PP/PSOE, al menos, ambos han caído en votos y diputados. De Felipe
González, con 202 diputados, el PSOE ha pasado a 84, con el sectario Sánchez.
El Partido Popular, pasó de 186 diputados en las elecciones de 2011, a los 137
diputados actuales, en 2018. Con Rajoy.
El PSOE ya no es un partido nacional español, en sentido
estricto. Basta ver su comportamiento con los golpistas y separatistas. A los
que trata mejor que a la derecha, que sería, según Sánchez, «extremista» y
«radical». Lo que, en lenguaje progre, quiere decir facha. Esta mezquindad del
socialismo sanchista no se da en ningún país democrático de la UE.
La preocupante inmadurez política de un sector de la
sociedad española es resultado, aparte de los medios de comunicación
progresistas, que son mayoría, de las leyes educativas. Todas socialistas. Y
los populares, en babia. Como es habitual.
Girauta (Ciudadanos) tacha a Torra de racista y asegura que
desde Tarradellas «no ha habido un presidente en sus cabales». ¡Otro extremista
y radical!
Objetivo de progreso: cargarse a Casado, como sea.
PD. ¡Elecciones ya!
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