El Convent Garden, diseñado en el siglo XVI a imitación de
las piazzetas italianas, es la plaza más animada de Londres, con legiones de
turistas disfrutando de las actuaciones callejeras y revolviendo en su
mercadillo. En una de sus esquinas ha situado Apple una de sus tiendas de
bandera de la capital. El pasado viernes, los seguidores de los elegantes
productos de la marca de la manzana se llevaron un susto. De un día a otro,
algunos artículos habían subido hasta un 22%. E iPhone 7 era un 12% más caro que
la jornada anterior. El Mac Book costaba un 17% más y el Mac Pro, un 22%.
Algunos ordenadores portátiles de gama alta valían 500 libras más (554 euros).
A comienzos de la semana, Microsoft ya había anunciado que
su software sería hasta un 22% más caro para los británicos. Electrolux, el
fabricante sueco de electrodomésticos de hogar, se sumó con un aumento del 10%.
Las multinacionales tecnológicas estadounidenses estaban
trasladando a sus precios la devaluación de la libra, que se ha depreciado un
17% desde que el Leave ganó el pasado 23 de junio. De un día a otro, la resaca
del Brexit se ha hecho real en los bolsillos de los consumidores. La inflación
subió un 1% en septiembre, su mayor cifra en dos años. El Gobierno brexiter de
May ya no oculta lo que viene: «Los consumidores empezarán a ver una subida de
precios y no hay nada que podamos hacer al respecto. Se preveía que el Brexit
podría afectar a la cotización de la libra», ha dicho Mark Garnier, secretario
de Estado de Comercio, a las órdenes del ministro eurófobo Liam Fox.
La campaña del referéndum fue dialécticamente muy sencilla.
Los partidarios de la permanencia lo basaron todo en advertir al público de los
riesgos económicos del Brexit, avisos que sus rivales despreciaron
bautizándolos despectivamente como el «Proyecto Miedo». Por su parte los
defensores del «Leave» apelaron a la necesidad de liberarse de la UE para
recuperar la soberanía nacional y, sobre todo, se centraron en el rechazo a los
inmigrantes (en el último año llegaron 300.000, el triple del tope prometido
por Cameron). Al final el público dio la razón a los brexiters, que ganaron la
consulta por 51,9% frente a 48,1%. Inglaterra, a la que Napoleón llamaba «un
país de tenderos», parecía ignorar por una vez la lógica del bolsillo.
¿Quién tenía razón? ¿Las advertencias agoreras de Cameron y
Osborne, o Boris Johnson y Michael Gove, los líderes del Leave, que sostenían
que al final la sangre no llegaría al río? Lo cierto es que el FMI –como tantas
veces- y los servicios de estudio de grandes bancos multinacionales marraron en
sus vaticinios por todo lo alto. Anunciaron un inmediato desplome de la bolsa.
Pero hoy el FTSE 100, el índice londinense con las mayores compañías, está por
encima de su valor del día de la votación. Tampoco se ha producido el anunciado
desplome del PIB. En los tres meses posteriores al referéndum ha crecido un
0,5%. Es cierto que son dos décimas menos que en el trimestre anterior, pero la
cifra ha sido saludada por alivio por el ministro de Economía, el moderado Philip
Hammond: «Se prueba que las bases de la economía británica son fuertes». Por
último, el paro es meramente friccional, está en el 4,9% y hay récord de
ocupados.
Contemplando esos datos macro, se diría que el Reino Unido
está saliendo indemne del Brexit. Sin embargo dista mucho de ser así. Todo
cambió el pasado día 2, cuando Theresa May anunció en el congreso del Partido
Conservador que iniciaría la desconexión con la UE antes de finales de marzo y
dio a entender que se inclinaba por el llamado «Brexit duro», la salida del
mercado único europeo para poder controlar la inmigración limitando la llegada
de comunitarios.
Los mercados internacionales fabulaban con un Brexit
benigno. Algunas empresas y analistas incluso pensaban que a la hora de la
verdad se buscaría alguna alambicado fórmula para seguir vinculados a la UE.
Por eso las palabras de May cayeron como una bomba, que estalló sobre la
divisa. La libra inició de inmediato un rally descendente y ha caído a su valor
de hace 31 años frente al dólar. Un dato muy sencillo da cuenta de la magnitud
del desplome: en agosto de 2015, la esterlina estaba a 1,44 frente al euro, hoy
solo vale 1,10. La libra es la gran moneda mundial que peor se ha comportado
este año y se ha depreciado un 17% desde el día de la consulta. Se acabaron,
por ejemplo, las vacaciones de bicoca a España e Italia, donde el cambio
resultaba enormemente favorable para los británicos. Según una encuesta hecha
por Populus con 19.600 británicos en agosto, cuando todavía no se había
producido la gran devaluación, un 7,5% había renunciado a sus vacaciones de
verano en España y un 9% había cancelado sus planes en Estados Unidos.
De un día a otro, los viajeros británicos se encontraron en
un nuevo mundo, nada agradable. Al llegar a las oficinas de cambio de
aeropuertos, puertos de ferry o estaciones ferroviarias internacionales les
daban un euro por libra. La paridad era un hecho. Los aeropuertos españoles ya
están acusando un serio descenso en la llegada de turistas del Reino Unido,
grupo líder para nuestra industria turística.
John Allan, el primer ejecutivo de Tesco, la mayor cadena de
supermercados del país, ha advertido que la cesta de la compra podría subir un
3%. Es la misma cifra de inflación que pronostican muchos economistas para el
año que viene, con el consiguiente castigo al poder adquisitivo de las
familias, especialmente las más pobres. Allan achaca la subida de precios a la
caída de la libra, pero también a los planes de May de restringir la llegada de
trabajadores de la UE poco cualificados: «Sin ellos todo será más caro. No solo
necesitamos cirujanos y arquitectos».
El Brexit provocó a comienzos de este mes lo que se llamó
«la guerra del Marmite», una crema parduzca que encanta a los ingleses para las
tostadas del desayuno. Es un producto de Unilever, multinacional
anglo-holandesa de productos de hogar y alimentación, que también fabrica otras
marcas favoritas de los británicos, como los helados Ben & Jerry y el
suavizante Comfort.
Unilever exigió a Tesco que le pagase un 10% por sus artículos,
para compensar la caída de la divisa. El supermercado se negó y durante unos
días hubo desabastecimiento en sus estantes del adorado Marmite, para gran
disgusto del pueblo inglés. Al final ambos gigantes llegaron a un acuerdo,
cuyos términos no han trascendido. Pero nadie duda que la cesta de la compra
será más cara, incluida la comida (y el vino). Todo en un cambio de ciclo en
que el petróleo vuelve al alza y en un país que no deja de ser una isla y tiene
una fuerte dependencia de las importaciones.
Inglaterra –en Irlanda del Norte y Escocia ganó el Remain-
empieza a despertar a la realidad del Brexit. Los bancos Goldman Sachs, City y
JP Morgan han anunciado que sus cúpulas de ejecutivos dejarán la City y se irán
a la Europa continental si la milla financiera londinense pierde su pasaporte
europeo. La mayoría de las empresas reconocen que han paralizado sus
previsiones de inversión. La confianza de los consumidores ha caído. Todo a
pesar de que en agosto el Banco de Inglaterra adoptó medidas de estímulo de
emergencia, con una histórica bajada de tipos del 0,5% al 0,25% y un audaz
programa de expansión cuantitativa.
Súbitamente, el Brexit comienza a instalarse en la
conciencia del público. Tony Blair, viejo y sagaz zorro de la política inglesa,
avisó el viernes de que cuando se perciba el precio real de la aventura
nacionalista se planteará un segundo referéndum sobre Europa.
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