La fallida investidura le ha afectado, pero sigue dispuesto
a lograr su propósito. Ni Alexis Tsipras ni Antonio Costa han podido hacer algo
por él. Ha pedido árnica a los primeros ministros de Grecia y Portugal (al
primero le reclamó el jueves que ejerciera de trotaconventos con Pablo
Iglesias) pese a que los números no le alcanzan. Tan cortos fueron, que la
lista que él encabezaba en Madrid se quedó en el cuarto puesto tras PP, Podemos
y Ciudadanos. Así es Pedro Sánchez (Madrid, 1972), acostumbrado a que la suerte
le acompañe; a las carambolas políticas. Amigos y enemigos (todos dirigentes
del PSOE) le describen para ABC como un político ambicioso. Los primeros se
ciñen a la acepción menos negativa del término; sus adversarios domésticos, sin
embargo, aseguran que tras su apostura y su sonrisa hay una sola idea:
conseguir lo que se proponga caiga quien caiga.
El último mes está siendo duro para sus colaboradores más
directos. Su fracasada investidura de primeros de marzo y la crisis de sus
deseados socios de Podemos, con el triunfo de las tesis menos favorables al
PSOE, le tienen «descolocado e irascible». Tampoco ayudan el portazo del
dirigente heleno y su discutible visita al presidente catalán, Carles Puigdemont,
la misma semana en que su vicepresidente viene a Madrid a pedir dinero mientras
torpedea a la Hacienda española. Aunque intenta maquillar su desazón con una
perenne sonrisa, hasta sus más estrechos colaboradores reconocen su malestar.
En Ferraz sigue sin contar con más apoyos que su guardia pretoriana (César
Luena, Antonio Hernando, Meritxel Batet y Óscar López) y se sabe observado con
ojo de buen cubero por referentes socialistas como Felipe González, Alfredo
Pérez Rubalcaba, Susana Díaz o Guillermo Fernández Vara.
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