viernes, 19 de mayo de 2017

El becerro de oro.

Vivimos una época de embriaguez tecnológica en la que todos nos inclinamos fascinados ante el becerro de oro de las nuevas tecnologías.
Sin embargo, debemos hacernos una pregunta antipática:
¿constituyen todas estas nuevas tecnologías avances productivos o tecnología banal?
¿Por qué entonces se ha ralentizado el crecimiento de la productividad en los países desarrollados?
Dado que el tiempo es un recurso evidentemente escaso (una constante desde el albor de los tiempos es que el día tiene sólo 24 horas), la clave del progreso material a largo plazo es el aumento de la productividad, es decir, cuánto más logramos producir en esas mismas 24 horas:
todo aquello que nos haga ganar tiempo es un aumento de la productividad, y todo aquello que nos haga perder tiempo supone una caída de la misma.
Los revolucionarios avances posteriores a la Revolución Industrial supusieron enormes ahorros de tiempo. Hasta entonces y durante milenios, la productividad apenas aumentaba y, en consecuencia, generación tras generación las familias disponían prácticamente de los mismos recursos que sus antepasados más lejanos. Las granjas del s. XVIII, por ejemplo, eran muy parecidas a las de los tiempos de Roma.
Con la Revolución Industrial, y por primera vez en la Historia, se sustituyó la fuerza bruta del hombre y de los animales por la de la máquina, primero con la máquina de vapor y, posteriormente, con la electricidad y el motor de combustión.
También por primera vez el tren, al barco a motor, al automóvil y, finalmente, al avión lograron una inimaginable reducción de tiempos de viaje acortando distancias. Hasta principios del s. XIX los hombres viajaban de la misma forma (a pie y a caballo) y los barcos utilizaban la misma tecnología (la vela) que en el Antiguo Egipto, casi 5.000 años antes.
Por primera vez, la electricidad permitió no depender de la luz diurna y la noche pudo transformarse en día sin encender fuego. Se inventaron el telégrafo y el teléfono, la radio y la televisión, por lo que también por primera vez el hombre pudo comunicarse a distancia, transmitir sonido e imágenes y conservarlas.
El frío artificial hizo posible la conservación de alimentos, el aire acondicionado, el progreso en climas cálidos, los electrodomésticos liberaron tiempo y trajeron confort, la producción en cadena permitió un increíble abaratamiento de los bienes, los fertilizantes hicieron posible multiplicar la producción de alimentos con la misma superficie de tierra cultivable (otro recurso escaso) y el desarrollo de materiales como el acero, el plástico y la fibra de vidrio facilitaron la fabricación de bienes impensables hasta entonces.
Todo ello fue posible gracias a la energía barata provista por combustibles  como el carbón y el petróleo, hoy tan grotescamente denostados, sin cuya abundancia y eficiencia energética resulta impensable tamaño salto de progreso de la Humanidad.
Desde el punto de vista humano, el aumento de la productividad siempre ha tenido su origen en el ingenio y tenacidad de una minoría de inconformistas capaces de apoyarse en el conocimiento y la experiencia acumulados por generaciones precedentes y, simultáneamente, cuestionar creencias arraigadas y limitantes desafiando el statu quo en la terca convicción de que mejorar es posible. Estos inconformistas son científicos, inventores y también empresarios, cuyo papel en el aumento de la productividad a través de las mejoras del proceso productivo suele ser ignorado.
Por ejemplo, entre 1909 y 1919 Henry Ford, inventor de la producción en cadena, pasó de fabricar 18.000 coches anuales a fabricar 1.000.000 con tal eficiencia productiva que, en el mismo período, pudo bajar el precio medio de cada Ford T cerca de un 50%, doblar el salario mínimo en sus fábricas y lograr beneficios año tras año (frente a tantas “empresas” tecnológicas actuales en las que los beneficios, como Godot en la obra de Beckett, nunca llegan).
Pues bien, este salto tecnológico brutal se produjo, fundamentalmente, entre principios del s. XIX y el segundo tercio del s. XX, y supuso un enorme ahorro de tiempo.
Desde entonces, la productividad en los países desarrollados parece haberse ralentizado, conviviendo avances en el campo de la robótica y la automatización de rutinas con mejoras marginales poco destacables en multitud de productos, evoluciones más que revoluciones.
Esta disparidad entre la percepción generalizada de estar viviendo inmersos en increíbles avances tecnológicos y una mediocre mejora de la productividad causa cierta perplejidad.
Es cierto que muchas innovaciones recientes sólo están dirigidas a la miniaturización y a un ocio generalmente poco inteligente, más que a aumentar la productividad. Incluso el extraordinario invento de internet parece haber tenido un efecto relativamente efímero en la productividad y puede haber caído ya en manos de la ley de rendimientos decrecientes.
De hecho,
¡cuánto tiempo perdemos con ciertas aplicaciones de las nuevas tecnologías como el email o los teléfonos móviles, en los que tecleamos como taquígrafos enloquecidos salivando como perros de Pavlov cada vez que oímos el aviso de que alguien nos ha escrito alguna nadería!
¿Y qué decir del tiempo perdido en las redes sociales (o deberíamos decir asociales), esos instrumentos de propaganda y linchamiento organizado, de control de la población, de fomento de la esclavitud del qué dirán y de incitación a todo tipo de adicciones
Así surge una pregunta incómoda para una sociedad que sufre de histeria tecnológica:
¿es comparable el salto producido entre 1800 y 1970 con el producido por los cambios tecnológicos del último medio siglo? Pongámoslo de otra manera.
¿Qué valoraría más un hogar africano pobre:

agua corriente, electricidad, teléfono fijo, electrodomésticos, fertilizantes, aire acondicionado y un coche, o un ordenador con internet, un móvil llenito de aplicaciones y un perfil en las redes sociales?

viernes, 12 de mayo de 2017

Cambio climático

Que el cambio climático existe es una realidad, otra cosa muy distinta sería estar o no de acuerdo con los argumentos y justificaciones varias, que se utilizan frecuentemente para (aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid) arremeter contra las emisiones de determinados medios (vehículos, que no digo yo que no contaminen, Dios me libre) sin hacer mención a otros agentes que contaminan igualmente (si no más) pero contra los que no es popular arremeter (véase calefacciones, fábricas etc.) o no interesa. ¿Es que en verano hay menos vehículos circulando por el centro de las ciudades? o ¿es que en verano los vehículos contaminan menos? pero parece que la culpa de la contaminación y de acabar con el medio ambiente recae solo sobre estos, es lo que parece estar de moda en estos momentos.
¿Es lógica la medida promovida por según qué gobernantes, de prohibir la circulación por el centro de las ciudades a los coches de más de 20 años? ¿por qué lo de los 20 años? ¿tiene alguna lógica? o ¿es simplemente porque es una cifra redonda? ¿para que se implantaron hace años las Inspecciones Técnicas a los Vehículos? ¿es que los coches de más de 20 años no pasan la ITV? o, ¿es que los coches de más de 20 años no pagan el Impuesto sobre Circulación de Vehículos? ¿por qué se va a prohibir circular a un coche por su antigüedad si puede que contamine menos que muchos que tengan menos años? ¿quien no se ha encontrado alguna vez con coches con menos de 20 años que van dejando una zorrera de tres pares de h.....? ¿no sería más lógico implantar controles y sancionar a quienes no mantuvieran en óptimas condiciones las emisiones de su vehículo?. Porque, según lo veo yo, quien conserva un coche con más de 20 años es muy probable que sea alguien que lo tenga bien cuidado y al día en sus mantenimientos, y si no lo es, os aseguro que a ese coche se le notaría y sería muy sencillo de detectar y paralizar. ¿Que ha sido de aquellas "patrullas verdes" que hace muchos años se pusieron en marcha en Madrid y en otras capitales, y que ante las emisiones contaminantes de los coches te paraban y te hacían mediciones, practicando la correspondiente sanción si procedía?. Pero no, no parece que estén por la labor de vivir y dejar vivir, es más popular tocar las pelotas y machacar a quien casi nunca puede defenderse.
Si tienen tanta sensibilidad para la preserva del medio ambiente y del cambio climático, ¿como es que no potencian las energías limpias renovables  en lugar de, como han hecho, ponerlas impuestos? ¿les preocupa de verdad el cambio climático? o ven en su defensa una oportunidad para justificar unos gastos y unos presupuestos de los que quizás de otra manera no podrían disponer.
No me siento preparado para entrar en otro debate, la historia se compone de ciclos, ciclos de glaciaciones y de deshielos, de lluvias y de sequías, el mundo no ha nacido en el siglo XIX, pero antes, cuando había un ciclo de sequías y deshielos,  ¿que tipo de combustibles fósiles se utilizaban para que se produjeran esos ciclos? ¿había coches? ¿y fabricas, y calefacciones? ¿de quién era la culpa? estoy seguro de que aunque, yo no tengo las respuestas, con toda seguridad habrá quien, más preparado que yo, sepa las respuestas y hasta me convenza de que no tengo razón.

En fin....¿Cambio climático?: por supuesto SÍ, ¿Gestión adecuada del mismo?: ¿¿¿  ...   ???, tengo mis dudas.

miércoles, 10 de mayo de 2017

¿Qué es el Concierto económico vasco?


El concierto económico vasco es el marco que regula las relaciones financieras entre el País Vasco y el Estado Central. La Constitución Española de 1978 reconoce esta singularidad de los dos territorios forales, el Cupo vasco y el Concierto navarro. Los expertos en financiación autonómica recuerdan que es una excepción en el panorama internacional
¿En qué consiste?
El cupo es la cantidad que el País Vasco tiene que pagar cada año al Estado por los servicios que este presta e su territorio por las competencias no transferidas. Es decir, por las embajadas en el exterior, por los museos nacionales, la política de defensa o los intereses de la deuda, entre otros gastos. El cupo se revisa y negocia cada cinco años, aunque desde 2007 no se ha renovado por la falta de acuerdo entre el Estado y el Ejecutivo de Euskadi.
 ¿Cómo se calcula el cupo?
Existe un principio general por el que el País Vasco debe pagar al Estado el 6,24% de la renta estatal. Este porcentaje es del 1,6% para Navarra. Y en ambos la tasa no varía desde 1982. Se trata del peso que tenía cada una de estas autonomías sobre el total del Estado en 1982. Pero ambos territorios han prosperado más que la media y sin embargo los porcentajes se mantienen inalterados desde hace 35 años. Esta tasa es una de las cuestiones que la mayoría de expertos en financiación autonómica considera que hay que actualizar porque el peso de Euskadi sobre el total nacional ha aumentado.
¿Cuánto dinero supone?
En los últimos Presupuestos Generales del Estado aprobados, de 2016, se calculaba que el País Vasco debía pagar al Estado 1.525 millones de euros, una cantidad similar a la que se reclama cada año desde 2007. Precisamente hace una década que Euskadi y el Estado no alcanzan un acuerdo por el cupo. El Gobierno vasco calcula que ha pagado 1.600 millones de más y que el cupo debe rondar los 850 millones anuales, casi la mitad de lo previsto hasta ahora. El Gobierno ha fijado en los Presupuestos de 2017 una cantidad de 1.200 millones, inferior a lo que venía pagando hasta ahora el País Vasco pero superior a lo que calculan que deberían pagar.
¿Qué opinan los expertos?

La mayoría de expertos cuestionan el cupo vasco y el concierto navarro. Consideran que es un sistema que privilegia a Euskadi y Navarra sobre el resto de comunidades autónomas y provoca agravios en el resto de territorios. Aunque el concierto vasco y el convenio navarro sí aportan al fondo de solidaridad en el que participan el resto de autonomías, los expertos consideran que es insuficiente y de forma desigual al resto de territorios. Recuerdan que la capacidad fiscal de Euskadi está por encima de la media y, sin embargo, su aportación al sistema está por debajo del promedio. Cuando cuestionan el cupo, no atacan el concierto económico, que está reconocido en la Constitución, si no el método de calcularlo