ABC PREMIUM
El refrendo y el respeto
La segunda ola desborda al SEPE
La agenda de un Gobierno sectario
La semana pasada se produjeron dos hechos que, aunque sean independientes, se comprenden mejor juntos que tomados uno a uno. El miércoles 7, Pedro Sánchez presentó su Plan de Recuperación a los empresarios del IBEX y a los embajadores de la UE. El Plan no había por donde cogerlo, y para colmo el presidente hizo esperar cincuenta minutos a sus invitados. Esto es raro. Dejémoslo así. Más sorprendente todavía: Sánchez, asesorado con seguridad por Iván Redondo, tuvo la ocurrencia de adornar su alocución con el «Himno a la alegría» de Beethoven. No es difícil imaginar el contenido de los despachos que los 27 embajadores han enviado a sus respectivas cancillerías.
Segunda vuelta. El «Neue Zürcher Zeitung», un diario suizo
reconocido como gran autoridad mundial en relaciones internacionales, publicaba el 9 de octubre un artículo titulado «¿Es España un estado fallido?». Les hago un resumen somero, no sin advertirles antes que el abajo firmante, el economista Friedrich L. Sell, acumula sobre nosotros una información mucho más rica y exacta de la habitual en el «Financial Times» o el «New York Times». Tras pasar revista a los distintos incendios políticos y de todo orden que mantienen a España en estado de combustión, Sell recomendaba que el FMI o el Banco Mundial hicieran un estudio serio de nuestra situación general, precisando qué ayudas habría que presupuestar en cada caso concreto. Esas ayudas deberían ser finalistas: pero además, y el artículo es en esto transparente, resultaría absolutamente necesario someter su ejecución a un seguimiento externo y estricto. Esto suena a una intervención. Solo en esas condiciones procedería (solo entonces sería «responsable», en palabras del autor), que la UE liberase sus fondos. El texto concluía con una cortesía envenenada (España no es «todavía» un estado fallido, aunque le falta poco para serlo), y una apelación a Europa, no lo bastante atenta, según parece, a lo que ocurre al sur de los Pirineos. Textualmente: «Es hora de que Europa despierte».
Que Sell sea alemán no es un detalle para tomarlo a humo de pajas. En primer lugar, Alemania es el poder decisivo en la Unión. Pero hay más. Angela Merkel está en una relación difícil con su Tribunal Constitucional, el cual ha denunciado las larguezas del Banco Central Europeo. La opinión alemana, muy reticente desde hace tiempo en lo tocante a la UE, recibe un día sí y otro también malas noticias sobre los españoles. La pésima gestión de la pandemia ha sido, sigue siendo, piedra de escándalo. El ataque a la independencia de los jueces se verificó antes de que Sell pudiera incluirla en su requisitoria, pero no contribuirá a mejorar nuestra imagen. Reparen en el aviso de la Comisión Europea. El horno, en fin, no está para bollos, y esto se va a notar tarde o temprano. Hablo de los fondos europeos, claro.
Situémonos en la perspectiva de Merkel. O nos deja caer, o acude en nuestra ayuda. Lo primero no es posible sin que se desintegre la Unión. Y lo segundo la colocaría en una posición delicadísima a menos que se obtengan garantías, como pide Sell, de que la administración del dinero reposará en manos más competentes que las españolas. En esa hipótesis, a saber, la de un rescate, o como prefiramos llamar a la cosa, entraríamos en una fase de transición, con un gobierno políticamente desactivado y un futuro enormemente abierto. Esto es muy complicado, dada nuestra crisis constitucional y territorial, y explica, imagino, las vacilaciones europeas. Pero estamos marcados. Tarde o temprano, y no hablo de mucho tiempo, se nos va a interpelar seriamente. Pendemos de un hilo.
¿Qué hace el gobierno mientras tanto? Más disparates, y más gordos cada vez, según la lógica suicida que impulsa a superar un error mediante otro aún mayor. A cada día que pasa, Sánchez tiene más difícil la vuelta atrás. Lo constato sin la menor alegría.
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